Vencer el miedo
El miedo es algo muy humano, todos lo padecemos en muchos momentos de la vida. Es peligroso cuando se convierte en patológico y no nos deja funcionar bien. En estos días de pandemia es lógico que el miedo aparezca en nuestras vidas, pero no sería lógico que se apoderara de nuestras vidas.
En Chile, al igual que en muchos países, estamos viviendo momentos de zozobra, incertidumbre, intranquilidad, preocupación. La pandemia se ensaña entre nosotros, parece cada día más agresiva y extendida, y naturalmente esa realidad produce miedo. Miedo, entre otras cosas, por lo que acabamos de decir: porque acarrea incertidumbre, nos impide hacer planes y proyectos. El miedo, por lo tanto, no es solo a la enfermedad y a la posible muerte, es también miedo al futuro incierto. El ser humano necesita certezas a las que aferrarse, y si no las tiene las inventa.
De ahí que algunas personas con tal de huir del miedo se aferren a multitud de mensajes, noticias, recomendaciones, etc., que invaden las redes sociales. Muchos de estos mensajes son estrafalarios, inverosímiles e inoportunos, pero igual son recibidos, creídos y reenviados por personas que no se detienen a examinar si tal mensaje merece la pena ser creído. Todo por ese afán de certezas que el ser humano necesita satisfacer para vencer el miedo que nos causa la incertidumbre.
¿Qué hacer? ¿Cómo vencer el miedo? Aceptando la propia fragilidad. Esto significa que hemos de aprender a vivir algo muy bonito que en psicología se llama “tolerancia a la ambigüedad”. Las cosas en la vida no se presentan en puro blanco y puro negro, puro bueno y puro malo; o como si este amigo tuviera toda la razón, mientras el otro estuviera completamente equivocado. En la vida todo suele darse a modo de cóctel. Nadie está completamente equivocado y nadie tiene toda la razón. La tolerancia a la ambigüedad nos enseña que las personas psicológicamente sanas son más felices porque saben que no existen las certezas absolutas, y que la incertidumbre es una realidad que tenemos que asumir con sana madurez intelectual y emocional.
De lo que sí podemos estar seguros es de que somos inseguros. Somos frágiles, vulnerables, necesitados y menesterosos. En tiempos de pandemia nos podemos enfermar y hasta morir. Como también nos puede suceder en cualquier otro momento de la vida. Aceptar una realidad así es aceptar la verdad de nuestra fragilidad. Creer esto no nos debe llevar a vivir con miedo sino con prudencia e inteligencia. La mujer inteligente y prudente, el hombre inteligente y prudente, saben que el miedo existe y hay que tomarlo en serio porque causa estragos. Por eso lo vencen mediante conductas que evitan riesgos innecesarios; como buenos ciudadanos cumplen las normas establecidas por las autoridades de la salud y no juegan con un virus que produce miedo y muerte.
El individuo que dice que no tiene miedo al contagio, que no le tiene miedo a nada, y por lo tanto incumple las normas sanitarias en forma desafiante, sin motivo alguno, solo por petulante y engreído, no es una persona valiente sino inmadura y falta de inteligencia; es una persona soez, irresponsable, y quizá hasta egoísta y mediocre.
Al miedo hay que tenerle respeto, pero no hay que dejarse vencer por él. Por eso decíamos que un acto de valentía es aceptar la tolerancia a la ambigüedad y aceptar que somos frágiles. Cuando vivimos así viene de la mano otra actitud que también es antídoto del miedo: el desarrollo de la actitud de confianza.
El gran Víctor Hugo decía que el ser humano necesita afectos, “que la vida sin ternura y sin amor es un engranaje seco y chirriante”. Desde niños, desde que nacimos, fuimos necesitando el abrazo acogedor que nos acunaba, envolvía, acurrucaba y arropaba. Aquel abrazo de nuestra madre al nacer nos infundió una seguridad absoluta porque hizo que se desarrollara a la vez nuestra actitud de confianza. ¿Cómo desconfiar del abrazo de una madre a su hijo recién nacido?
La mejor certeza que hoy nos llevará a vencer el miedo de la incertidumbre es la necesidad que tenemos de recuperar la confianza en el otro si es que la hemos perdido. Los seres humanos estamos hechos para vivir en fraternidad.
José Luis Ysern de Arce