Juzga fácilmente al prójimo la persona frustrada
En la Biblia hay una frase que dice así: “Uno es el legislador y juez, con autoridad para salvar y condenar. ¿Quién eres tú para juzgar al prójimo?” (St. 4, 12). Lo que dice este autor bíblico encierra una gran sabiduría.
Elías Canetti, premio Nóbel de literatura en 1981, abunda en la misma idea y usa una expresión feliz para rechazar la mala costumbre de juzgar a los demás: “Odio los juicios que solo aplastan y no transforman”. Tiene toda la razón: estas personas fáciles para juzgar a otros aplastan a los demás mediante sus opiniones, los humillan y maltratan, pero no contribuyen a su recuperación y superación.
¿Por qué caemos en esta mala costumbre de juicios fáciles y destructores? Puede haber multitud de causas o razones, pero nos vamos a fijar en una de tipo psicológico que se llama frustración. Las personas que con más facilidad juzgan al prójimo suelen ser las personas más frustradas. Hay relación entre frustración y agresividad: en la costumbre de emitir juicios y murmuraciones se esconde una personalidad frustrada y agresiva.
Personas no satisfechas de sus vidas, que pueden sentir un cierto rechazo más o menos inconsciente contra sí mismas, ocultan una rabia odiosa que proyectan hacia los demás y la expresan mediante sus juicios y prejuicios como un veneno mortal que intoxica la vida del otro. En este sentido se puede decir que las personas acostumbradas a emitir juicios condenatorios contra los demás, son personas venenosas.
Así empiezan los acosamientos colectivos que dan paso a los bullying. Hombres y mujeres fáciles para juzgar y vociferar sus opiniones contra otros, encuentran pronto en el propio ambiente algunas personas -débiles de carácter- que corean y aplauden sus bravatas porque en el fondo no se atreven a contradecirles. El caso del bullying escolar y en otros ambientes se origina con frecuencia a partir de un “matón/a”, más o menos prepotente, al que otros imitan en sus bravuconerías. Ahora bien, si hurgáramos un poco en el fondo de su personalidad veríamos que en este productor de juicios ajenos se encierra un pesado sedimento de frustración y desencanto.
Las personas buenas para juzgar a otros suelen ser personas más o menos amargadas que desparraman amargura. Describe muy bien este fenómeno el libro de Jennifer Niven, editado en español con el título de “Violet y Finch” (Ediciones Destino). El joven Finch es un muchacho especial, muy inteligente y creativo pero poco convencional. Enseguida aparece alguno de sus compañeros que lo juzga y prejuzga; a este se suman otros, surgiendo así una campaña generalizada, más o menos sutil, contra él. Finch es víctima de un constante ir y venir de rechazos de distinto calibre por parte de sus compañeros y compañeras. Solo se sintió acogido por su compañera Violet, gran mujer y fiel amiga, pero esta no pudo evitar que su amigo terminara suicidándose.
Es impactante la carta que escribió a Violet poco antes de morir, y que ella encontró después del trágico suceso. Entre otras cosas le dice: “Antes de morir quiero: Componer una canción que cambie el mundo… Saber qué es tener un mejor amigo… Dejar de tener miedo… Lo que de verdad cuenta son las pequeñas cosas… Me haces encantador, y es tan encantador ser encantador para la persona que amo…”
Nunca, las compañeras y compañeros que con tanta liviandad lo juzgaron, y también a Violet por haberse hecho amiga de él, se dieron el trabajo de indagar en la historia de Finch y qué sentimientos profundos anidaban en el corazón de este compañero peculiar. Recomiendo este libro especialmente a profesores/as, y por supuesto a los jóvenes. Hay también una película de Brett Haley con el mismo título del libro, “Violet y Finch”, aunque como suele suceder en estos casos, el libro me parece mejor que la película.
Volvemos al principio: ¿Quién somos tú y yo para juzgar?¿Tomamos conciencia del daño que causamos con nuestros juicios nada responsables? Y una pregunta más: ¿Nos damos cuenta de que al juzgar así, mostramos la frustración o rabia que hay en nuestro interior? Con el escritor Canetti queremos rechazar los juicios que solo aplastan y no transforman. Aplaudimos los juicios que solo levantan y animan.
José Luís Ysern de Arce, Psicólogo.