• noviembre 21, 2024
 Las buenas intenciones si se acompañan de acciones, cambian el mundo

Las buenas intenciones si se acompañan de acciones, cambian el mundo

En el ser humano abundan las buenas intenciones. La gran mayoría quieren lo mejor para el mundo, desean paz, armonía, bienestar y equilibrio. Sin embargo, se nos olvida que los buenos pensamientos sin acciones se quedan en humo, en meros deseos lanzados al viento tras soplar un diente de león. Pero para que algo cambie de verdad, se necesitan compromisos, valentías y, sobre todo, acciones.

¿Por qué nos cuesta a veces tanto ser esa ayuda real, ese apoyo cercano que confiere cambios en quien lo necesita? Podríamos hablar de falta de tiempo. También de inseguridad, de falta de conocimientos o recursos, de no saber en realidad cómo pasar del simple deseo a la acción. Porque admitámoslo, no siempre es fácil saber dar al otro lo que le hace falta cuando pasa por un mal momento.

Todos conocemos a ese tipo de persona que nos quiere muchísimo, pero que cuando buscan echarnos una mano lo que consiguen en realidad es empeorarlo todo. En efecto, en ocasiones el acto es peor que la intención. Sabemos por tanto que en materias de apoyo, asistencia y ayuda no todos somos expertos. Sin embargo, también es cierto que cuando las buenas intenciones se quedan en nada es también por falta de voluntad.

Ese concepto, el de la fuerza de voluntad es el motor que todo lo promueve y que todo lo puede cambiar. Ese ingrediente mágico es el que necesita ahora el mundo para guiarlo hacia el progreso, un futuro más humano, empático, sensible y beneficioso para todos.

Las buenas intenciones que se acompañan de actos pueden transformar la realidad

Las buenas intenciones abundan en tiempos de whatsapp. Cuando uno está mal, no faltan las buenos deseos de los nuestros, las palabras amables y los emoticonos que lanzan besos en forma de corazón.

Todo ello nos viene bien, pero la mayoría de las veces se queda en eso, en simples deseos poco tangibles, poco transformadores. Muchas personas acaban experimentando desconcierto y hasta ven cierta frialdad emocional por parte de los suyos.

Nos hemos acostumbrado a pensar que con los mensajes basta. Sin embargo, el afecto virtual no siempre es suficiente para quien lo pasa mal, para los que viven momentos complicados en soledad o en compañía, para el adolescente que no sabe pedir ayuda o la persona mayor que no quiere pedirla por no molestar.

Las buenas intenciones parten de deseos nobles y de los sentimos porque queremos lo mejor para el otro, pero a menudo el resultado final no es el esperado y todo se queda en la nada más absoluta. Esto es lo que denominó Viktor Frankl como intención paradójica. Un concepto cuanto menos interesante y que tener presente. Define esas circunstancias en que descuidamos lo significados.

Es decir, si yo le deseo a alguien que se anime y que las cosas le vayan mejor, deberíamos replantearnos si esa frase, si ese deseo tiene auténtico significado. ¿De verdad basta con solo desearlo? ¿Puedo hacer algo para que ese deseo sea efectivo, real y genere auténtico bienestar ene esa persona? Se trataría, por tanto, de valorar un poco más nuestras buenas buenas intenciones.

El mundo necesita más fuerza de voluntad

Gollwitzer y Bargh (1996) disponen de un trabajo muy interesante titulado De las buenas intenciones a la fuerza de la voluntad, en el que queda en evidencia un hecho.

Pasar del deseo a la acción requiere de unas dimensiones psicológicas que no siempre activamos; no al menos a la primera. De este modo, para que los buenos deseos actúen como energía transformadora de la sociedad, necesitamos lo siguiente:

  • Empatía compasiva. Es aquella en la que la persona no solo es capaz de sentir lo que siente el otro o comprender su realidad. Además, se siente comprometido gracias a una compasión auténtica que le impulsa a moverse, a facilitar una ayuda práctica y real.
  • Compromiso con los demás. El compromiso con quien tengo delante deja caer los egoísmos, así como esa mirada que solo se centra en el propio ser. Esa forma de ceguera desaparece para ver al otro desde el corazón.

La fuerza de voluntad se reviste de estas dos dimensiones y también de la motivación, del impulso por hacer el bien.

Sentir y ver las buenas intenciones de los demás mejoran nuestra calidad de vida

Ver que quienes nos rodean son capaces de dejarlo todo para ayudarnos, reconforta. Percibir que los buenos deseos de nuestros familiares, amigos, pareja y compañeros de trabajo son reales y se transforman a menudo en acciones que mejoran nuestra realidad, da un impulso directo a la felicidad.

Pocas cosas pueden cambiar tanto el rumbo de nuestro mundo como dejar de ser indiferentes. Es cierto que desde casa o a través de las pantallas de nuestros móviles no nos cuesta nada desear lo mejor a quienes lo pasan mal. Nos encantaría que todo lo que ahora va mal, se solucionara, que todo problema hallara su buen puerto, que toda carencia fuera saciada.

Sin embargo, los meros deseos no arropan, ni alivian, ni sanan, ni dan de comer, ni apagan miedos y ansiedades. Hay que ir más allá. Debemos inyectarnos buenas dosis de fuerza de voluntad, de nutrientes para la acción, de alientos para el compromiso y el cambio real.

A veces, las acciones más pequeñas si se hacen desde el corazón, pueden cambiar el mundo.

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